La aventura nos llevó a Pharping y en concreto a casa de un matrimonio muy especial que nos alojó y nos invitó a su mesa. Después de la cena nos quedamos hablando a solas mi amiga y yo con la señora y no me hizo falta entender todo lo que decía para ver en sus ojos ese sentimiento del que muchos humanos sufren: SOLEDAD.
Lo cierto es que ella, nepalí de nacimiento, y por lo que parece hasta el fallecimiento, vive en una preciosa casa. No dejemos de recordar el país y las condiciones en las que aquí se vive, con su marido inglés y una de sus hijas pero todo ese «oro» que relucía no ha impedido ver que algo faltaba. Esas ganas de hablar, de contar, me han hecho ver que algo fallaba. Por muy rodeada que estuviera la mujer el halo de soledad era grande y luminoso. Su hija no había terminado de tragar su último bocado cuando ya se había levantado. Por otra parte, su marido marcado por el machismo la paró en varios momentos, marcaba continuamente los ritmos y la posicionaba todo el tiempo como la segunda de abordo, por protocolo, no por validez.
Es ahí cuando las preguntas empiezan a invadir mi mente y las dudas me empiezan a asaltar.
Tenemos miedo a la soledad
¿Por qué ese empeño en estar con otros sin estar? Quiero decir. ¿Cómo puede alguien tener un sentimiento de soledad tan fuerte que le lleve a compartir su vida con otro sólo para no sentirse solo? Tenemos miedo a la soledad. A no ser tocados, besados, deseados, abrazados, queridos o valorados. ¡Sí! El ser humano está asustado y deseando ser querido pero, ¿ a qué precio?
«No te vendas. No dejes que cualquiera te toque, te bese o abrace. Eres tan valioso como humano que sólo debes dedicarle tu ser a alguien a quien de verdad le importes. Sino la soledad seguirá ahí, lo único que le habrás cambiado el nombre por aquel o aquella que pusiste a tu lado. Eres demasiado valioso».
Método Vincii
Mercedes Alberola
674276701