El amor no está de moda.
Sé que puede sonar extraño pero a lo largo de mi carrera profesional he encontrado casi el mismo número de personas que no saben amar que las que no saben dejarse amar por el otro y es que en los tiempos en los que vivimos se nos anima a creer que el amor no existe, que todo es mentira, que nadie quiere a nadie y que los «ateos del amor» vivirán, no sé si más, pero sí mejor.
Es cierto que probablemente haya sido y sea una de las mayores complicaciones del ser humano. Ha llenado hojas de libros, horas de canciones, gastado ríos de tinta y llenado mares lágrimas.
Es bello ver cómo el amor ocupa la totalidad de nuestra existencia, como envuelve cuanto nos rodea y se siente en cada una de las materias que hay a nuestro lado.
Las personas hacemos grandes cosas por amor. Sólo hay que ver como gran parte de nuestra historia está marcada por bonitas historias de amor y como nuestra propia historia personal también está marcada por el amor. El amor de nuestra familia, de nuestras amistades, del sexo puesto y el amor hacia nosotros mismos (ese que tanto suele fallar). Todos somos y venimos del amor, todos nos hemos enamorado, todos hemos sentido lo que es amar y ser amado y la belleza que se siente en ambas cosas. Y en muchos casos también el lado opuesto, la cara b, el desamor. Ese dolor que se siente cuando el amor no está o se ha ido como un río que fluye incesante y no es posible pararlo. Porque el amor (y el desamor) son imparables e incontrolables, y probablemente sea esa falta de control la que tanto gire el mundo del humano y la que tanto le angustie pero también está ahí la belleza. En no controlar ni querer dominar al amor (a nuestro amor) porque el amor no es control, ni dominación y posesión. El amor es respeto y libertad. Es dejar fluir y disfrutar viendo al otro ser sin más. Porque la historia (nuestra historia), el amor (nuestro amor) tiene que ir de eso. De no controlar, de fluir, de dejarse llevar, de amar, de respetar al amor y de sentir.
Aprender a amar y aprender a dejarse amar.
Imagen: desconocido
Texto: Mercedes Alberola