Probablemente sea uno de los temas más complejos a tratar.
Trabajo a diario con ellas porque trabajo a diario con personas y por suerte o por desgracia todos tenemos una. Todos tenemos padre o madre o hermano o hermana o primos o tíos o tías o abuelas o abuelos y los vínculos son tan potentes que se convierten en inexplicables.
La realidad es que la familia es un lugar del que huimos pero al que siempre queremos volver. Es nuestro origen, nuestra raíz, es la que nos ha parido.
Y cuando falta y cuando algo se trunca cuando algo deja de ser o de pasar el dolor es tan brutal que cuesta asimilarlo. Cuesta creer que tu hogar no es un hogar, entendido como un lugar al que acudir en busca de cariño, de cobijo, de afecto, de amor, de seguridad, de protección. Que eso no existe.
Es ahí cuando conectamos con el sentimiento de abandono. El peor, con diferencia, de los sentimientos y el que sí te fijas más presente está en nuestra sociedad y en nuestra vida diaria.
Lo sentimos cuando un amigo parte, cuando alguien no nos contesta a una llamada o a un mensaje, cuando nos despiden de un trabajo, cuando una pareja nos deja, cuando fallece un ser querido, en definitiva cuando algo se rompe, y en esta sociedad son muchas las cosas que se rompen y, por tanto, son muchas las veces que sentimos abandono y cuando no tenemos una familia/hogar/cobijo al que acudir para calentarnos cual chimenea en pleno invierno entonces todo se complica, la vida se vuelve más difícil y es el momento de pedir ayuda.
Mercedes Alberola