Normalmente confundimos sentimientos y eso nos lleva a confundirnos con la gestión que hacemos de nuestras propias emociones y las de los otros (termino conocido en psicología como «gestión emocional»).
Nos movemos en un mundo en el que se empeñan en hacer que partamos de la premisa de que el ser humano es malo por naturaleza, que tenemos instinto de caza, guerra y pelea. Que el ser humano no es bueno, que los otros no tienen buenas intenciones y que hay que llevar cuidado; y es esto mismo lo que nos provoca un continuo estado de alerta y tensión en el que nos movemos a diario.
No confiar, no querer, no sentir, no dejarse llevar, al fin y al cabo, no estar relajados, no fluir no actuar con naturalidad.
Yo nunca he sido muy partidaria de este tipo de teorías. Siempre he creído y defendido que nacemos buenos, que desde el momento que vemos la luz por primera vez, incluso desde el momento de la gestación somos almas puras; libres de cualquier maldad y únicamente es el paso del tiempo, las vivencias y el entorno los que producirán un impacto en nosotros pero sólo y repito, sólo, si nosotros queremos que sea así.
Siempre trabajo con mis pacientes que se empoderen; y aunque en otros posts explicaré el empoderamiento o al menos lo que yo entiendo por tal, hoy hablaré del hecho de dejar que las lesiones del otro; disfrazadas de rabia, dolor, ira y maldad nos afecten y nos transformen a nosotros también en personas rabiosas, doloridas y con maldad. Si dejamos que eso pase será justo en ese momento en el que estaremos perdiendo nuestro propio poder para dárselo al otro. Nuestro poder de decidir cómo sentirnos y, sobretodo, de cómo ser y actuar que quedará en manos del otro y será ahí cuando comience a ser el otro el que nos mueve cual marionetas, decidiendo cuáles van a ser nuestras emociones y reacciones.
Quedamos supeditados al otro y a su voluntad y nosotros perdemos la firmeza y el control de nosotros mismos y de nuestras emociones. Es por eso por lo que, independientemente del estado anímico del otro, nosotros debemos mantenernos firmes y lineales, no dejarnos llevar ni arrastrar y dejar que sea la otra persona la que gestione sus propias emociones sin influencia alguna en nosotros y sobretodo sin hacernos sentir culpables de su propio malestar.
Sé que esta propuesta no es fácil pero lo único que digo es que no conviertas las lesiones del otro en tus propias lesiones. No te dejes llevar. No te dejes contaminar por la plaga de la maldad y/o el dolor. No pierdas tu pureza ni tu alma limpia. Que nadie controle tus emociones ni tu estado de ánimo.
Confia en la bondad del ser humano.
Confia en ti.
Imagen: desconocido
Texto: Mercedes Alberola